Tras la pista del acechador, conocido por todos como “chaqueta”, me dirigí en plena noche al Burger Clint del parque Acorcha, el que estaba junto al aeropuerto.
Las pistas aportadas por los testigos eran claras; un hombre de mediana edad, vestido con un traje de chaqueta azul marino, con un maletín en la mano izquierda y un pedazo de hierro oxidado en la otra.
Merodeaba a sus víctimas y las asaltaba, golpeándolas salvajemente, como un gorila.
Todos estaban asustados, todos menos yo. Chaqueta representaba la clase media moderna, algo que conocía a la perfección. Una serie de empleos repetitivos, mecánicos y mal remunerados habían afectado gravemente el cerebro de “chaqueta”, reduciendo bruscamente su intelecto y convergiendo en un mal incurable. Había perdido parte de sus recuerdos, casi todos, creo, salvo algunos programas del Discovery que había visto.
La jungla, los gorilas peleando... Sí, yo también tenía ese canal.
No sabía que le iba a decir cuando le encontrara en el parque. No sabía si quiera si le encontraría, pero cuando piensas en lo que te queda aun para la jubilación, en los hijos, en la hipoteca, en el paro, en la gasolina, en que todo lo ves desde un prisma de libertad al que restas 40 horas semanales, en las que todo el tiempo emplazado en ellas se resume a servir a unos señores muy ricos que quieren más. Cuando toda la mierda del sistema levita sobre ti, entonces sucede:
Te quedas así, “chaqueta”.
10/10/10
Double Mcneal
Llama por el “manos libres” de su móvil mientras conduce, con el resto de su movilidad elabora un mcfardigan:
― ¿Sí?
― Te llamo porque te has dejado los escrúpulos en mi casa.
― ¿Cómo?
― Tú no tienes que venir mañana, tenias que venir ayer. Pero ¿a qué crees que estamos jugando? ¿Crees que me importa el clima?
― Un momento. Me estoy quedando flipada…
― No, te has quedado escuálida. Has lindado tu culo de media nalga con el gas toxico de mi escape y pretendes torpedear como una ráfaga de pedos de camello. Quieres que elabore un plan y te recoja en mi alfombra mágica para ver los collares del sultán, pero, ¿y qué pasa con mis pelos de gorila?
Ella cuelga. Pero Mcneal sigue mascando chicle y conduciendo con sus rodillas, mientras los dedos de ambas manos se impregnan de partículas cancerígenas y verdes.
Vuelve a llamar:
―¿Sí?
―Sí, Quiero una familiar de peperoni.
―¿Me deja un número por favor?
―Este
―¿Me lo puede decir?
―Sí. Este
―¿Y una dirección?
―En la A4. Estoy a diez minutos de Cádiz, voy en coche. ¿Dónde está el restaurante? ¡Rápido señorita! He de encender el petardo.
―¿Cómo? Estoy flipando…
― ¿Sí?
― Te llamo porque te has dejado los escrúpulos en mi casa.
― ¿Cómo?
― Tú no tienes que venir mañana, tenias que venir ayer. Pero ¿a qué crees que estamos jugando? ¿Crees que me importa el clima?
― Un momento. Me estoy quedando flipada…
― No, te has quedado escuálida. Has lindado tu culo de media nalga con el gas toxico de mi escape y pretendes torpedear como una ráfaga de pedos de camello. Quieres que elabore un plan y te recoja en mi alfombra mágica para ver los collares del sultán, pero, ¿y qué pasa con mis pelos de gorila?
Ella cuelga. Pero Mcneal sigue mascando chicle y conduciendo con sus rodillas, mientras los dedos de ambas manos se impregnan de partículas cancerígenas y verdes.
Vuelve a llamar:
―¿Sí?
―Sí, Quiero una familiar de peperoni.
―¿Me deja un número por favor?
―Este
―¿Me lo puede decir?
―Sí. Este
―¿Y una dirección?
―En la A4. Estoy a diez minutos de Cádiz, voy en coche. ¿Dónde está el restaurante? ¡Rápido señorita! He de encender el petardo.
―¿Cómo? Estoy flipando…
Suscribirse a:
Entradas (Atom)