17/2/13

Becquer, Garcilaso y Lazário


Reunidos en el interior del monasterio, otro día más, consagrados a los rezos y alabanzas vespertinas propias  de los señores de alta alcurnia y distinguida clase, como los que allí se encontraban:

Becquer:  Debéis verter el contenido del vidrio inmaculado, sin dejar que este rebose de vuestra boca. Y hacedlo ya, mientras aún conserve su gélido hálito.   

Lazário sonríe estirando sus facciones y mostrando su dentadura propia de un mozalbete. Sus carcajadas son casi como la tos. Pero la atenta mirada de Becquer le impide relajarse y, en su viveza, empuja al muchacho a levantar el vidrio. Dejando caer de él un chorro que saborea con dudoso agrado; pues aunque su gesto y su sonrisa son el reflejo del disfrute, su paladar y su lengua le recuerdan que son pocos los caldos de monje que el joven había probado.

Garcilaso: Pronto haré ordenar que suenen las músicas y traigan las mujeres. Lazário, ¿Por qué no vas y te aseguras para nosotros una buena parte de los manjares que este sagrado lugar nos pueda ofrecer?

Aunque  la sonrisa de Lazário ya no luce al mostrar, y su lengua se aprieta con fuerza contra el dorso de sus dientes inferiores, es conocedor del invisible acuerdo al correlato. Monta silencioso en su poni girando su cabeza y la agacha, mientras escucha las carcajadas de quienes le miran sin mirar.
  
Ya en el banquete, Lazário comparte la mesa, mas no el plato, con quienes le instruyen en exageradas dosis de experiencia, educación y conocimiento. Les mira beber en sus gruesos cálices de plata, colmados de grabados con excesivo artificio. Y terminado el banquete, observa en sus caras hinchadas  y en sus sanguíneos ojos el avaricioso desafuero con el que sus tutores cometían la alcaldada.  

Garcilaso: Y en confianza os digo; nos vemos colmados por la vergüenza, el impudor de quienes nos denostran sin razón, sin motivo.  ¿Quién alza la voz para juzgarme? ¡¿Quiénes son?! Nadie puede. Pues es aquí, en este sagrado templo donde todos me tributan, que encuentro la paz. ¡Con vosotros, hermanos míos!

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